martes, 20 de julio de 2010


UN COSMOS DE IGNORANCIA



Me parece comprensible que ante el espantoso panorama mundial uno quiera desentenderse de su estado y proclamar tal iniciativa como una liberación. Pero lo mismo que uno no puede hacer huelga de volante en un coche en marcha porque no le gusta la carretera o el cielo, tampoco puede dejar un estado suelto por el mundo sin una sociedad civil (hasta hace poco llamada pueblo) que controle a los políticos que a su vez controlan al estado.



Lo justo seria antes de apearse, controlar el estado, desactivarlo y desmontarlo, porque de la misma manera que uno es responsable de dejar el lugar de acampada tal como lo encontró, lo es de desmantelar los aparatos peligrosos que creó.



Ya se que es una gran putada no haber nacido en una cueva, disfrutar del agua fría de los manantiales, caminar casi a cuatro patas, comunicarnos por gruñidos y cazar mamuts jugándonos la vida, pero ha sido con las mejores intenciones que nuestros ancestros fueron mejorando una sociedad que hoy nos proporciona agua caliente cada mañana, calefacción en invierno, calzado para caminar y una estimación de vida de 70 años.



Desvincularse hoy de todo este proceso es un ejercicio de irresponsabilidad solo comparable al de un niño malcriado, pero siempre hay rambos morales del sistema dispuestos a hacerlo: son los que le dan una vuelta de tuerca más a la libertad individual hasta llegar a paraísos cósmicos que les colocan por encima del bien y del mal, curiosamente como a Friedrich Nistche, cuya lectura casualmente era el alimento moral que los soldados alemanes necesitaban para digerir lo que estaban haciendo.



Cuando todo pinta mal, uno puede optar por huir, pero la verdad, en este y aquel caso encarnada por centenares de miles de cuerpos famélicos, acaba apareciendo.



Tarde o temprano deberemos recuperar el control sobre los estados, hoy en manos de oligarcas que los utilizan a su antojo o los neutralizan, y devolverles la credibilidad y la fuerza moral suficiente para someter a los magnates poderosos al imperio de la ley, como a todo el mundo.



Que la condición de animal social y racional del ser humano le lleva a construir sociedades y estados, es algo que narra su propia evolución, pero quien carece de tal perspectiva también carece de un horizonte donde la libertad es causa y consecuencia de una actitud colectiva y no una huida de la realidad.



Tal es el caso del fundamentalismo individualista, que, aunque no cree en la sociedad, bien a gusto se siente en su seno destilando profecías baratas y disfrutando de cuantas protecciones sociales le ponga al alcance el estado que tanto denigra.



En su cosmos no se como lo llamaran, pero el común de los mortales lo llamamos incongruencia, y en concreto en mi sociedad, lo apellidamos jeta.






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